EL TABASQUEÑO
La envidia
Hace dos semanas, un grupo de personas en el cual me incluyo, presenciábamos una actividad escolar sentados a pleno sol. Inquietos y sofocados resistíamos el severo clima. De pronto, aprovechando que mi mujer se había levantado para llevar a mi hija al baño, tomé mi silla y la acomodé en medio de la cancha. Sentí correr una pequeña brisa de aire veraniego.
—¿Ahí se va a quedar? -me preguntó una señora.
—Sí, asentí con la cabeza y una sonrisa.
Ahí estaba yo, posado y fresco frente a los demás. De pronto sentí miradas reprobatorias. Cuando regresó mi mujer me dijo molesta: “¿Qué haces ahí solo?, ¡trae las sillas para acá!” Obedecí, pero en ese momento la masa empezó a correr sus sillas -no hasta mi osada distancia- pero sí alejados de los acosadores rayos de sol.
Solomon Asch, un reconocido psicólogo estadounidense, probó con estudios que las personas viven tan condicionadas a la presión de la sociedad que evitan sobresalir o siguen rutas comunes para no salirse del camino de la mediocridad por el que transita la mayoría, y de esta manera no llamar la atención por miedo a mostrar virtudes que puedan incomodar o molestar a los demás.
Detrás de estas conductas tímidas o apagadas se esconde una triste verdad: Vivimos en una sociedad en la que se señala con crítica lo distinto, se condena el éxito ajeno, o como me dijo en una reciente charla el historiador Elías Balcázar: “La masa tolera todo, menos el talento”.
Toda esta uniformidad ha causado que sea mal visto que a determinadas personas les vaya bien, lo que hace despertar un sentimiento, una pasión a la que el crítico francés de 90 años, George Steiner llama la “maldad silenciosa”: la envidia.
El filósofo alemán Arthur Schopenhauer en su libro El mundo como voluntad y representación, advierte que “nada es tan implacable ni tan cruel como la envidia”. Sin embargo, los hombres guían sus acciones por esta pasión así como por sus intereses.
Para Schopenhauer -que irónicamente sufrió rencor al ser opacado por Hegel- “la envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás muestra cuánto se aburren”.
Para el historiador Elías Balcázar, la sociedad tabasqueña vive lamentablemente una atmósfera enferma llena de chismes a distintos niveles sociales, políticos y económicos, los cuales son originados principalmente por la frustración. “El tabasqueño es
flojo, quiere triunfar sin esforzarse, sin prepararse”.
Tristemente en Tabasco la buena fortuna de uno convierte en envidioso al otro. Existe un arraigado sentimiento o complejo de inferioridad en el estado. Se rechaza el triunfo y todo mérito al triunfador, se prefiere creer y atribuir el éxito a un asunto de suerte y no de capacidades. Siempre quitando el mérito.
Envidia y egoísmo son dos ‘sentimientos’ muy arraigados en todos los niveles de la sociedad, viven ocultos en el corazón de los tabasqueños, sólo sus signos, sus acciones pueden mostrarlos, como el odio de ver a los otros ganar cuando se cree que siempre uno debe ser el mejor de todos. Hay cierto canibalismo al disfrutar viendo al otro derrotado.
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El académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, Jorge Márquez, autor de los libros Envidia y Política en la Antigua Grecia (2005) y Envidia y Política. Del Medioevo al siglo XVIII (este último editado espléndidamente por Jorge Lamoyi en 2008), menciona cómo la psicohistoria nos ha mostrado que un político no tiene que mencionar la palabra envidia para mostrarse envidioso: con sólo calumniar a sus rivales, la nefasta pasión queda allí asentada. O en estilo muy mexicano, como bien señala Octavio Paz, con sólo ningunearlos, es decir, ignorarlos hasta volverlos nadie.
En Tabasco, esa falta de solidaridad dentro de la clase política, que por sus signos puede ser interpretada como envidia, tiene una clara manifestación en un viejo grupo político llamado el Círculo Tabasqueño de Estudios (CITE), el cual fue fundado en 1969 por Juan José Rodríguez Prats, Arturo Núñez Jiménez, Humberto Mayans Canabal, Chelalo Beltrán, Carlos Pineda Calcáneo, Mabel Zurita, Celia García Félix, Rogelio Castañares, entre otros.
Todos ellos jóvenes brillantes, de entre 21 y 23 años, que iniciaron sus carreras políticas en el gobierno de Mario Trujillo, unidos en el inicio, pero que al paso de los años a medida que iban escalando posiciones, empezaron a competir entre ellos mismos, a buscar los mismos objetivos… y a envidiar a los que obtenían mejores resultados.
Me contó Rodríguez Prats una anécdota, una huella para mí de la falta de unidad que distinguió y dañó a ese grupo político: En 1979 siendo delegado de la Venustiano Carranza en el entonces Distrito Federal, se entera que su gran amigo Arturo Núñez había invitado a cenar a su casa al entonces secretario de gobierno del DF (y jefe suyo), Manuel Gurría Ordóñez y que lo había excluido de la velada.
Aún con la pasión del momento como si hubiese ocurrido ayer, Prats me narró que sin pensarlo le llamó a Núñez, entonces Jefe de la Unidad de Control de Gestión de la Subsecretaría de Ingresos de la Secretaría de Hacienda, para reclamarle: “Oye, Arturo, ¿que has invitado a don Manuel Gurría a tu casa y no tienes la cortesía de convocarme?”, a lo que el ex gobernador le respondió: -Está bien, ven tú y Marilú, ¡pero no hables tanto!
-“¿No fue usted?”, le pregunté a don Juan José, a lo que me respondió: “¡Claro que fui y hablé hasta por los codos esa noche!”.
Treinta años después, los integrantes del grupo político CITE terminaron peleados en la competencia por ascender en candidaturas y puestos, todos metiéndose el pie unos a otros. Un beneficiado de esa envidia puede ser el Químico Andrés Granier Melo, un hombre de poco talento, sin carrera política y que siempre fue utilizado por todos ellos, pero que al final terminó siendo un aborto del CITE que llegó a ser gobernador del estado.
La historia política del estado en los últimos 21 años ha estado contaminada por esa atmósfera compuesta por falta de unidad y envidia, que además genera chismes. El mismo ex gobernador Manuel Andrade Díaz hizo popular aquel refrán que repitió mucho durante su gobierno: “En Tabasco por la mañana te inventan un chisme y por la noche te lo comprueban”.
Muchos se han preguntado qué habría pasado si en la recta final de la elección presidencial del 2 de julio del 2006, en la cual participaron ¡dos tabasqueños!, uno hubiese declinado por el otro, privilegiando la unidad y el paisanaje por encima de envidias.
El candidato del PRI y ex gobernador de Tabasco, Roberto Madrazo, terminó en tercer lugar con 9 millones 301 mil 441 votos (22.03%), mientras que Andrés Manuel López Obrador sufrió la derrota en una no muy clara elección, debido a un apretado segundo lugar con 14 millones 756 mil 350 votos, (35.29%), abajo de Felipe Calderón a quien el conteo oficial le dio 15 millones con 284 votos (35.91%).
Doce años después Roberto Madrazo reconoció que sí hubo fraude en la elección presidencial que le dio el triunfo al panista, demasiado tarde. Otra habría sido la historia de Tabasco sin duda, si Madrazo hubiese hecho a un lado su envidia a Obrador.
Pero como dijo el célebre Francis Bacon: “la envidia se presenta al ojo cuando los objetos de nuestros deseos se encuentran próximos”.
Afortunadamente un caso completamente distinto está ocurriendo en el gobierno de Adán Augusto López Hernández que ha llegado dando espacio a otros, está abriendo ventanas sin rencores ni envidias, un signo de lo que digo fue muy notable el mismo día en que tomó posesión: invitó a todos, acercó a él a todos, incluso en su mensaje mencionó a un priista, el ex gobernador Manuel Andrade Díaz, aunque muchos critiquen esa acción, Adán habla de reconciliación y los ejemplos ahí están.
Si los tabasqueños hiciéramos a un lado esa ceguera emocional que achata el espíritu seríamos una sociedad sana, culta, que no oye chismes, unida para buscar el desarrollo.
Nadie es realmente digno de envidia, dijo Schopenhauer. Porque la envidia genera competencia y atrae más envidia, paraliza e implica tristeza y dolor por ver el bien del otro. O, perversamente, puede generar alegría, gozo, el disfrute por el mal ajeno. ¿A usted lo envidian o envidia?