PARAÍSO. Virginia de la Cruz Hernández, nació el 18 de febrero de 1945 y junto con su amado esposo fundó el ejido San Sebastián, en Las Flores primera, donde procreó 8 hijos. Su don espiritual la llevó a curar sustos o espantos de personas pequeñas y grandes, hasta volverse muy popular en su natal municipio y más allá.
‘Doña Villita’ como cariñosamente la llamaban, ejerció durante 45 años el oficio de yerbera del pueblo, dedicándose a ensalmar, principalmente a recién nacidos enfermos de calentamiento de cabeza, cuyas madres de los infantes acudían desesperadas hasta su vivienda para que los sanara.
A través de 9 ensalmos, ya fuese con cocohite o albaca, podía diagnosticar el mal que afligía el alma del cuerpo y procedía a recetar plantas medicinales para remediar el padecimiento. “Mi abuelita ha sido la doctora de sus 28 nietos, pues cuando nos sentimos mal rápidamente venimos con ella y nos receta algún té, también siempre nos aconseja”, expresó Bertino Palma, uno de sus tantos nietos.
La ‘Tía Villita’ como solía llamarla su parentela, también daba masajes en el vientre a las mujeres embarazadas que tenían mal acomodada la criatura y que de no tratarse podrían tener complicaciones a la hora del parto; asimismo predecía el sexo de la criatura que iban a dar a luz.
Igualmente ‘abría pescuezo’ a quienes tenían poco apetito, aliviaba dolores musculares y de caderas; por todo esto recibía de manera voluntaria unas cuantas monedas o bastaba con que el paciente dejara una veladora en el altar donde tenía las imágenes de un Cristo, la Virgen de Guadalupe y del Niño Doctor a las que se encomendaba antes de atender a quienes acudían en su auxilio.
Generaciones tras generaciones recibieron la atención de la veterana mujer que expresaba las frases: “Con Dios vayas y con Dios regreses hijo” o “Ya te vas a curar en el nombre de Dios” la cual lamentablemente falleció a los 77 años de edad, a consecuencia de un infarto a miocardio que la sorprendió en el interior de su morada construida a base de palma de coco en los tiempos de la pandemia.
Su cuerpo fue velado normalmente, pero debido a los protocolos de salud no pudieron acudir y despedirse las decenas de personas que la conocían para evitar aglomeraciones, por lo que únicamente sus funerales se efectuaron entre sus familiares mas allegados.
Ella, era de las ultimas yerberas tradicionales que sobrevivían en esta localidad dedicadas a la atención de los infantes, ahora solo queda “Doña Martha” en el centro de la ciudad.