VILLAHERMOSA, Tabasco.- Francisco Javier se limpiaba con un palillo los dientes mientras esperaba, en el cruce de José Pagués Llego y Gregorio Méndez, a que el cuentahabiente Jaciel saliera de la sucursal bancaria.
Miró a un lado y otro, y para su fortuna, y pese a ser un Bancomer muy frecuentado por ahorradores, no había ninguna patrulla cerca.
Adentro de la sucursal, el cuentahabiente Jaciel estaba haciendo un retiro muy fuerte. Francisco Javier, no era pariente de Jaciel, pero sabía lo del retiro. Por eso estaba apostado cerca de la entrada, para robarle el dinero.
Un segundo cómplice de Francisco Javier estaba dentro, y en cualquier momento le haría la señal convenida, para que él lo encañonara, le arrebatara la bolsa con los billetes y huyera en una moto apostada también afuera.
Una vez recibida la señal, Francisco Javier tiró el palillo y dio dos grandes zancadas a la puerta principal de entrada, al tiempo que sacaba debajo de su sudadera un viejo revólver calibre .38.
Cuando vio al cuentahabiente Jaciel, levantó el arma y lo encañonó a la cara, al tiempo que con su mano libre jalaba la bolsa con el dinero.
En vez de soltarla, Jaciel se aferró a la mochila con el dinero, el ladrón sin dudarlo, accionó el gatillo del arma dos veces.
Para su sorpresa, no salió ni un balazo del revólver. Francisco Javier desconcertado ladeó el arma para verificar lo qué pasaba, pero cuando alzó la cabeza de nuevo, ya tenía encima a una docena de hombres encima, que al ver lo que sucedía reaccionaron en montón.
Un hombre de playera azul, de igual complexión que el ladrón, lo tenía inmovilizado con una llave china al cuello, otro grupo trataba de desarmarlo y un tercer grupo soltaba patadas, codazos, golpes al fracasado caco.
«SI HUBIERA SIDO UNO DE TU FAMILIA»
«Le hubieras disparado a mi herman, p…? ¡Mírame, vago, p… p… Querías ch… a mi hermano», encaraba el hombre de playera azul al ladrón.
Y en cada pregunta, a Francisco Javier le llovían los golpes de los cuentahabientes por la espalda, por la cara, por las piernas.
«Aaaahhhh», gritaba de puro dolor el caco.
«Partanle la m…», azuzaba otro entre el montón.
Cuando se acercan las sirenas sonando por la avenida, los golpes también arrecian contra la humanidad de Francisco Javier. El cómplice del ladrón se peló discretamente al ver el borlote.
Un anciano se acerca y pide que ya no le den más golpes al ladrón, que ya fue suficiente. La mayoría no le hace caso, siguen tundiendo a Francisco Javier.
«Si hubiera sido uno de tu familia, ¿qué les hubiera pasado, c…», vocifera el hombre de la playera, que no ha dejado de aplicar la llave china contra el ladrón, ni de golpearlo a la cara con la otra mano.
Ahora se entiende que es el hermano del cuentahabiente Jaciel, y por eso lo quiere seguir asfixiando y propinándole más puñetazos.
Un policía entra a escena y trata de quitárselo. Aparece un segundo policía y un tercero, y logran rescatar al ladrón. Tirado en el suelo, lo esposan.
Todavía uno que otro aprovecha a subirse en las piernas del caco y brincar sobre ellas. «¡Quiébralo, quiébralo», exhorta otro que ve la escena.
Francisco Javier vacila al caminar, sangra de la nariz, de la boca.