NACAJUCA, TABASCO.— Los amigos de Candelaria y Chucho no entienden cómo es que siguen viviendo juntos. Cada que los encuentran en alguna fiesta o en cualquier calle, están peleando por nada. Parecen perros y gatos.
Algunos piensan que el problema es la edad: Chucho apenas tiene 22 años y Candelaria anda por los 18. Ella debería estar terminando el bachillerato, él una carrera, pero en vez de eso viven en un hogar donde no reina la paz.
Los dos son originarios de Chiapas, y es ese el otro motivo por el que no se separan: Tienen en común un pasado, las mismas costumbres y su lengua.
Hasta en el fraccionamiento Benito Juárez, en el lado de Nacajuca, donde viven, han reforzado su raíz, frecuentando a otros paisanos que, como ellos, dejaron su tierra para encontrar un trabajo y tener qué comer y enviar a sus familiares.
Desde hace tiempo, Candelaria no es feliz con esta situación. Chucho rebasó los límites: la agrede por cualquier excusa, y ahora no sólo verbal sino físicamente.
Los amigos de ambos lo notan en las fiestas. Desaprueban el comportamiento irracional del muchacho. Pero con la música a todo volumen o las pláticas que evocan el patio lejano de la infancia, nadie dice ni hace nada por reprenderlo.
Es peor para Candelaria cuando Chucho bebe. No sabe tomar, con unas cuantas cervezas se transforma, se vuelve agresivo. Ve moros con tranchetes.
UNA FIESTA CON FINAL MACABRO
Es lo que sucede el 30 de agosto. Hay fiesta con los paisanos, la música no deja escuchar lo que se habla. Pero todos callan cuando Chucho empieza a insultar a voz en cuello a Candelaria. Ella, apenada, se refugia en la cocina. Chucho se levanta y la sigue. Nadie va detrás de él. Solo se escuchan golpes sordos, secos y un llanto quedo.
Cuando la fiesta acaba, los invitados se marchan a sus vivendas, pero Candelaria y Chucho continúan discutiendo él lanza insultos sin la mayor pena. Candelaria sigue llorando. Dice estar cansada.
Lo único que trae entre ceja y ceja es un odio irracional contra su pareja. Ella se da cuenta que su vida corre peligro, sube a la azotea para aplacar los ánimos. Allá la sigue el energúmeno, lleva escondido en la pretina un cuchillo, el mismo con el que Candelaria corta las cebollas y las papas para hacerle el desayuno.
Una hoja de cuchillo rasga la oscuridad y corta el cuello de la muchacha unos diez centímetros, letales en esa área. Candelaria queda cae al suelo y se desangra rápidamente.
A la mañana siguiente, Chucho da parte a la policía. Encontró a su esposa desangrada en la azotea, el cuerpo de ella es llevado al Servicio Médico Forense para la rigurosa necropsia de ley declara y se marcha de la ciudad.
Chucho es buscado por la policía nuevamente no está en su domicilio, puso pies en la colonia Pueblo Nuevo, de Cárdenas. Los conocidos de la pareja, indignados, informan a los agentes dónde se esconde.
Cuando lo detienen lejos de la escena del crimen, el cuchillero dice no saber nada. Sólo recuerda que hubo una fiesta en su departamento y que tuvo una discusión con su compañera, pero que estaba muy cansado que se retiró a dormir. Fue hasta la mañana siguiente que se dio cuenta que su esposa no estaba a su lado.
Cuando le preguntaron por qué huyó en vez de dar aviso a la policía, se quedó mudo, no quiso confesar su delito.
El nuevo hogar de Chucho es el Centro de Reinserción Social de Comalcalco, donde nunca lo abandonará el fantasma de quien fue su compañera.
La Fiscalía General del Estado abrió la carpeta de investigación 230/2020.